Hay voces que tienen el poder del hechizo. Voces que embelesan, que seducen, que atrapan, que remueven, que enganchan, que arrastran, que atraviesan, que penetran. Voces que a la par que suenan bellas, limpias, certeras y contemporáneas transportan sentires y pesares de lucha y dignidad milenarias. La de Mariola Membrives no es tan solo que posea todas y cada una de estas cualidades –y muchas otras que se escapan a una definición terrenal–, sino que sencillamente es todas ellas porque le pertenecen.
Así de simple. Así de complejo. Una voz que habita en ella como el amor, el deseo, la fuerza, el valor, la congoja y el miedo que son para nosotros estados de ánimo de una existencia pasajera y para ella el verdadero sentido de una vida que se pepertúa.
En ese sentido, por todo ello, el alumbramiento de La Babilonia que surge de sus entrañas es el anuncio de un nuevo amanecer. Se abre la tierra de entre sus piernas y asoma una hidra de veinte cabezas en forma de canciones que al mismo tiempo que acarician, susurran y evocan; gritan y escupen fuego en llama viva. Canciones y músicas que nos descubren tanto lo más sublime como lo más vil de la condición humana. Lo más luminoso y lo más oscuro de su capacidad creadora.
Una particular odisea donde no hay lugar para ninguna tejedora esperando la llegada de su héroe, sino quien batalla es la propia reina conquistando cimas y arrastrándose por el lodo, paseándose con los niños de la luna y columpiándose con sus zapatitos en las profundidades del inframundo.
En compañía de esas guardianas que disuelven toda afrenta en espuma de mar, escalando hasta lo más alto de la torre, atrapada en el limbo o invocando a la pureza de su amado, ahí está ella y solo ella. Mariola Membrives. La cantaora. La reina. Y en su corte que atraviesa el tiempo desde Sumeria hasta nuestros días, las leyes del talión y los códigos de Hamurabi disponen de emanuenses como el productor y guitarrista Javier Pedreira, proverbial tejedor de los sonidos y efectos que emanan de “la dueña y señora, la cantaora”. Como así participan en los zurzidos las manos y quehaceres de ilustres artesanos como Tino Di Geraldo, Andrés Litwin, Borja Barrueta, Daniel García Diego, Miron Rafajlovic y Vicent Pérez. Sumándose a todos ellos el objetivo mágico de Julián Jaén Casillas y ese prodigio de imagen convertida en imponente destello, vigoroso trueno, poderosa esfinge. Y es que La Babilonia no es solo cante, no es solo música, no es solo arte. Es un soplo de vida, de luz y de sombra que nos transciende.